Sinergia

Algo transformó el intenso letargo de Oto en un interés exagerado por algo que ocurría a diez metros de su persona. Se quedó quieto intentando saber qué le había despertado. Como no lo lograba, ni lo ha logrado aún, levantó su científico culo del taburete que sufría su afición a los almuerzos copiosos. A buen ritmo cruzó el laboratorio pasando entre las mesas, mientras la cola de su bata blanca iba desplazando papeles o tirándolos al suelo. Se rascó la barba como forma instintiva de desperezarse. Se detuvo y extendió la mano para que su compañero no hiciera lo que iba a hacer. Cuando se dio cuenta de que su gesto no le detendría, le asustó con su voz grave.

    -¡Quieto! – y su compañero se quedó quieto.

La papelera seguía abierta mientras el pie del otro científico permanecía en el pedal que accionaba el resorte. Miraba atónito a Oto. No esperaba algo parecido a una intervención, y menos un grito.

    -¿Qué haces? – preguntó Oto.
    -Tirar… cosas – la última palabra le salió aguda, como un pitido.
    -¿Qué es eso?
    -Esto… – parecía una pelota de papel arrugado o un informe mal impreso. La sostenía en su mano, sobre la palma, para que Oto viera el escaso valor de lo que se disponía a tirar. – Esto es una copia del mundo… y una copia que ha salido mal.
    -¿Es una qué?
    -Una copia del mundo.
    -Noooo – dijo Oto con sorpresa.
    -Sííííí…
    -Vengaaaa…
    -¡Que sí!

Oto y Fermín abusaron de los monosílabos durante un rato y Oto terminó por despertarse del todo.

    -Es una copia del mundo – afirmó, o preguntó.
    -Sí.
    -Y la vas a tirar – preguntó, o afirmó, no sé.
    -Sí, sí me dejas sí.
    -Pásamela.

Fermín se encogió de hombros y le pasó la pelota, levantó el pie del resorte de la papelera y se marchó. La tapa de la papelera cayó ruidosa. Oto observó a su compañero, impresionado. Luego miró la pelota de papel. Se podría haber preguntado por qué Fermín había intentado copiar el mundo en el laboratorio, en qué había fallado, por qué le importaba tan poco o incluso cómo lo había hecho. En vez de eso, agitó la mano para hacer saltar la pelota y se preguntó por qué el mundo pesaba tan poco.

La televisión plana es un invento estupendo y si lo combinas con los canales por cable tenemos lo que Oto llama sinergia. El jamón es un embutido sabroso que si se combina con el primer alimento nacional, pan, se llama bocadillo o lo que Oto también llama sinergia. Cuando me imagino a Oto de niño lo que me veo es una versión reducida, a escala, sin barba y con zapatos marrones y bata de médico, un chaval sonriente y nervioso diciendo la palabra sinergia con un gracioso ceceo. El Oto adulto cenaba su bocadillo de jamón mientras devoraba capítulos de series de la Fox cuando empezaron a aparecer las letras de crédito, se levantó del sofá y empezó a agitar su camiseta interior de tirantes y su bata de franela azul para quitarse de encima todas las migas de su sabrosa sinergia. Luego se arrodilló frente a la mesa del comedor y contempló muy de cerca la pelota de papel arrugado. Si la pelota pudiera verle contemplaría una cabeza grande repleta de pelo blanco, dos ojos grandes, lacrimosos, protegidos y aumentados por las lentes de unas gafas. Si la pelota tuviera conciencia, pensaría que estaba delante de una pelota arrugada gigante llena de pelo, y en bata.

Oto extendió la verdadera pelota hasta lograr una hoja de papel plana y comprobó que no había nada escrita en ella. Luego se sirvió de un emisor de luz ultravioleta para asegurarse de que no se había empleado algún tipo de tinta invisible. A la vista del estado del papel, si en verdad aquello era papel, y tenía toda la pinta de serlo, no había sido sometido a ningún tipo de proceso químico o físico destructivo, más allá de ser arrugado. Se preguntó qué método habría empleado Fermín para hacer una copia del mundo, así que le llamó. Fermín estaba muy ocupado haciendo otra cosa y le pidió a Oto que le dejara en paz. Entonces pensó “esto no me va a dejar dormir”. Echó un vistazo panorámico al comedor. Estaba patas arriba, decorado con latas de cerveza, revistas, el mando a distancia y pequeños trozos de sinergia por todas partes. Cogió la hoja de papel, se la llevó a su despacho y empezó a trabajar en aquello.

Tardó varias horas en darse cuenta pero las marcas de escritura hechas sobre otro papel habían quedado impresas en la hoja que tenía delante, de tal manera que aquello no era una copia, sino la copia de una copia del mundo. Repasó a lapicero el relieve formado por la escritura para recuperar una fórmula. La estudió inquisitivo mientras daba pequeños sorbos con una pajita a un vaso de plástico medio lleno de una bebida azucarada.

No tardó en comprender que aquella fórmula era el resultado de múltiples y tediosas divagaciones de Fermín y de él mismo acerca del origen y la composición del mundo. Al parecer Fermín lo había plasmado en una misteriosa ecuación. Entre los dos habían resuelto que puede existir un creador del mundo anterior al propio mundo si el tiempo es cíclico, como un círculo, y cada cierto tiempo todo vuelve a empezar, o se repite. Aquella fórmula, además de muchas otras cosas inexplicables e incomprensibles para mí, tenía una variable temporal que arrojaba valores diversos según incrementaba el tiempo y que, en un momento dado, empezaba a reducir esos valores cuanto mayor era esa variable. Tras el paso de millones de años de existencia, el resultado de la ecuación acababa dando como resultado el número cero, y de nuevo el mundo volvía a empezar.

Fermín había dejado la ecuación a medias, casi completa. Oto la revisó durante horas, de madrugada, hasta que halló el error. Con mucho garbo, Oto marcó un trazo de lapicero, transformando un símbolo “menos” en un símbolo “más”. De pronto todo, las luces cósmicas, brillantes y azuladas, los temblores de tierra, el sonido glorioso de un coro angelical y las ráfagas de energía; de todo aquello que Oto había esperado, no ocurrió nada. Imprecó palabras demasiado obscenas como para ser reproducidas aquí. Arrojó el lápiz sobre la mesa y se levantó camino del baño mientras seguía maldiciendo. El cinto de la bata de franela describió un círculo muy brioso hasta impactar de forma inevitable (¿inevitable?) contra el vaso de bebida energética. Hay quien piensa que esto se habría evitado si Oto hubiera dejado la pelota de papel donde debía haberla dejado. El líquido se derramó sin control sobre el papel al mismo tiempo que Oto se encerró en el baño con un portazo, así que se perdió el coro, las ráfagas, las luces, los sonidos gloriosos y lo que ocurre cuando mezclas una fórmula correcta para crear el mundo con la cantidad suficiente de líquido y azúcar: el mundo. Igual que como había ocurrido, presumiblemente, con el mundo original, éste surgió cuando su creador estaba mirando para otro lado.

Cuando Oto salió del baño seguía jurando pero se detuvo cuando vio su escritorio. La mandíbula se le desencajó al ver el líquido derramado sobre el papel. Avanzó hasta el teléfono con mucha precaución como si un movimiento en falso pudiera hacer explotar todo, algo factible visto lo visto, y llamó a Fermín para proferir una única palabra, muchas, muchas veces: “Sinergia”.

La sinergia es la acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales. Si Fermín hubiera imprimido la fórmula y Oto no hubiese tirado agua encima no habría ocurrido nada, al menos nada catastrófico. Si Fermín no fuera un irresponsable crónico y Oto no fuera un meticón incorregible, el nuevo mundo creado por error no estaría engullendo el mundo original creado por Dios, o por Algo supremo. Llamémoslo energía. La respuesta de Fermín merecía una buena dosis de concisión: “Ahora mismo voy, y colgó el teléfono”.

Oto confirmó que la situación superaba a Fermín cuando vio como éste intentaba apagar un vórtice devorador de mundos con el mando a distancia del televisor. Así que le abofeteó. Cuando Fermín volvió en sí y Oto pudo explicarle en su ordenador personal la variación que había hecho en la fórmula, Fermín empezó a gritar como un endemoniado.

    -¡¡Nooo!!! ¡!!!Maaaal!!! – pero muy muy endemoniado-. ¿En qué estabas pensando? ¡No has mejorado la ecuación, has iniciado una cuenta atrás!
    -Sabes, en mi cabeza sonaba interesante. Dicho por otra persona suena mal, suena incluso peligroso.

Fermín lo miró como si tuviera delante un ejemplar de ser humano realmente extraño. Sentía detrás de él la poderosa energía de aquella especie de agujero negro intentando tragarlo. Se resistió un buen momento hasta que no pudo más y lamentó que Oto y su salón fueran lo último que viera en esta vida. El agujero los absorbió a ambos como un aspirador que se traga dos motas de polvo que gritan una vocal muy alargada (aaaaaaaa) e histérica (¡aaaaaaaa!) en plena sinergia con una concatenación de haches mudas (¡ahahahahahahahah!) Al contrario de Fermín, Oto estaba realmente fascinado de haber conseguido todo aquello de forma increíblemente económica, tan solo con un lapicero, un trozo de papel y una bebida azucarada.

La desaparición del mundo fue algo trepidante ante lo que la Humanidad y sus especies apenas pudieron reaccionar. Todas las sustancias, objetos y seres del mundo fueron pasando por el salón de Oto hasta ser absorbidas fugazmente. Instantes antes de un nuevo big bang, Oto pudo admirar el rostro de un ser divino que contemplaba con una faz casi cómica de horror, descompuesta de ira e incredulidad, cómo se desparramaba en minutos su trabajo de millones de años. Oto pudo pronunciar:

    -En mi defensa alegaré que…

La implosión hizo que todo se concentrara, explotara y saliera disparado de nuevo para la creación de un nuevo mundo. Millones de años después, Algo transformó el intenso letargo de Oto en un interés exagerado por algo que ocurría a diez metros de su persona. Se quedó quieto intentando saber qué le había despertado. Como no lo lograba, ni lo ha logrado aún, levantó su científico culo del taburete que sufría su afición a los almuerzos copiosos. Tuvo una singular sensación de déjà vu. En ese preciso momento salió corriendo hacia la máquina expendedora. Introdujo una moneda. Lo último que recuerdan el resto de científicos con respecto de Oto era que su cara tenía la misma expresión de un niño (bata blanca, sonrisa y ceceo) que trama, con toda la felicidad del mundo, una travesura peligrosa.

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