Andrés Candela, escritor: "Sudamérica es un continente de un "realismo" crudo, inhumano, sucio, vil, macabro, contaminado de bufones con ínfulas dictatoriales"

Andrés Candela

A Andrés Candela (Colombia) lo conocí dos veces. La primera vez que me crucé con él fue este año 2024 en una sala de profesores de un instituto francés. Miento. En la sala de profesores conocí a Andrés Candela, y corrijo porque la primera vez que nos saludamos me lo presentaron con otro apellido (la historia es digna de un programa de protección de testigos y yo entonces no la conocía). Nos dábamos el relevo de una clase de alumnos del grupo que aquí llaman 4ème, que es el equivalente a 2º de la ESO en España, es decir una banda de Gremlins tan revoltosos y poco disciplinados como adorables, por sectores y por momentos. Nos saludamos, les expliqué en qué punto estábamos de las lecciones. Yo sustituía a una profesora enferma y él llegaba para perennizar la sustitución debida a esa ausencia. Luego sí, nos vimos en la sala de profesores y tratamos de cuestiones prácticas antes de que se activara el radar que identifica a esa clase de enfermo mental que se lanza a la trinidad profesional del Profesor-Escritor-Periodista (acuñemos el término PEP, por qué no). Entonces sí, al final sí, conocí a Andrés Candela, y pasamos de las cosas prácticas a las cosas importantes. Éstas últimas no sirven para nada pero son las esenciales. 

Entablamos diversas conversaciones que nos llevaron a incordiar la memoria de Gabriel García Márquez y que me valieron el sobrenombre, amigable en contexto aunque no lo parezca así en frío, de “Verdugo del realismo mágico”, que por supuesto sin acceso a la conversación completa pierde su sentido. Ese “mote” me lo acuchilló en negro sobre blanco en la dedicatoria de la novela Aquel Verano Indio (Cangrejo Ediciones, Bogotá, 2021) que me regaló como armisticio. Acabo de terminar la lectura de esta historia sobre exiliados cubanos que encallan, porque estos no llegan, encallan, en Nueva York. Hay varias cuestiones que quiero concretar con él que nos permitirán profundizar en el argumento y las historias de sus personajes; pero esta vez quiero luz y taquígrafos.

En la lectura de Aquel Verano Indio intuyo un ansia de contar y yo diría que una intención o una implicación personal disfrazada en la piel de personajes que no coinciden contigo en cuanto a nacionalidad. ¿Eso es así?

Estimado colega y temerario español también de letras o verdugo de nuestro único credo. Yo vivo un autoexilio el cual funciona con dos y hasta tres horarios: mi tiempo laboral en Francia, incluido el aperitivo, las noticias en Suramérica y las conversaciones con otros periodistas en diferentes partes. Pero, si hay un aspecto de fondo en todo esto en asunto de nacionalidades, es que tengo un radar auditivo, muy defectuoso, por cierto, dentro de mi hábitat que es la lengua de Molière. Cuando dentro del idioma del amor, con gramática de enajenados mentales y delirios cartesianos, escucho a alguien hablar español es, entonces, bajar la guardia auditiva, querer entablar de inmediato conversación con esa persona y, tan escasa situación en el territorio galo me llevó a darme cuenta, escribir y afirmar que mi flotante nación es el Español. 

Lo primero para explicar que, digamos, “mi estilo” es salir un poco del denominado Realismo mágico en el cual se agrupan la mayoría de los escritores suramericanos en especial las letras de Colombia, país en el cual me formé en los primeros años académicos. Cuba, lugar donde jamás he puesto un pie, es un paraíso imaginario, era el lugar perfecto para comenzar la novela, aunque se relata desde Nueva York. Cuba, para mí, es un país en el cual, considero, el humor nunca ha sido dominado por el régimen. Existen muchos ejemplos, entre esos, como me lo explicó el escritor Cubano William Navarrete, “en Cuba a la mantequilla la llamamos Ulises”. Su argumento: “¡Somos un pueblo muy educado!”.

Voy a aprovechar que me has respondido de la manera en que habría hablado tu personaje Virgilio para que nos lo presentes a él y a los demás de Aquel Verano Indio. Te tuteo suponiendo que me lo permites.

Claro, Carlos, ¡ni más faltaba! Si hay algo que me encanta de La Madre Patria (tu país) es precisamente la cordialidad del lenguaje; es decir, en Francia y por protocolarios que son ellos, siempre debes conservar el trato y gélido asunto de la tercera persona. En España, cuando tengo la oportunidad de ir, me encanta entrar en cualquier lugar y sentir la cercanía del saludo con un afectuoso ¡HOLA! Todo lo anterior, como Virgilio, para hacerte saber que no tengo problema con el tuteo. Virgilio…  Lo siguiente con Virgilio, me atreveré a confesarlo, ¡era toda una fiesta! Te explico… Cuando se utiliza la técnica de muñeca rusa, por obvias razones, se debe tener muy presente el asunto de tiempos de cada historia, desarrollo, distancias… Sin embargo, cuando yo sabía que era el turno de Virgilio en algún capítulo, él llegaba y, en una mañana, hacía lo suyo. ¡Él tenía vida propia y siempre me mostró el camino de la novela! Además, si quitas a Virgilio, aunque no figura como protagonista, no hay un eje conductor para toda la novela y los otros personajes.

Virgilio, además, como lo he visto con el tiempo, es el escritor, tu caso y el mío, que se escampa en las clases o cualquier otro trabajo para pagar sus facturas; no obstante, él siempre tiene muy claro cuál es su verdadera pasión y sueña con vivir de esa anhelada pasión. Virgilio se escondía detrás de su escoba hasta que llegó Víctor y… Otro personaje que pueda o quiera presentarte de Aquel verano indio… Khoa, el don de la ubicuidad, el cambio, la filosofía, el bien y el mal, la mujer de Lot saliendo de Cuba; Papá Sebastián, cerebros nacidos en lugares equivocados. Hombre famélico de letras para amar a su esposa; El Conde, un personaje fugaz como un huracán… Sonia, que supo ajusticiar destinos genéticos para trazar los de ella y su hijo; Víctor, el Atlas de la novela, aunque pareciera no ser capaz de cargar el mundo ni su propia vida. Materializa, por un tiempo, las pasiones de Virgilio; Esmeralda y su padre, esenciales, sin ellos no hay encuentros; Sara, traza, al igual que Sonia, los caminos que Víctor desea recorrer y ella lo persuade para salir de su zona de confort de ese “trabajo con horarios de vampiro”, y La emisora, Alfa y Omega de la novela al igual que todo verano indio.

En cada novela el trabajo de acordarle un esfuerzo similar de construcción y caracterización a cada uno es enorme, pero una obra como ésta, donde algunos personajes parecen pertenecer a géneros diferentes, ¿lo es aún más?

Cuando la novela, por ejemplo, comienza a desvelar la historia de Khoa, su entrada, parte de su infancia y el rol de sus padres; sin duda, el lector se preguntará: “¡¿y ahora qué tiene que ver semejante personaje con Víctor, Virgilio y los demás?!” El Conde, el padre Siroco… Todos, considero, son muy antagónicos y corresponden a diferentes épocas, pero cada uno es vital en el engranaje del relato; incluso, ¡el tiempo climático y el eclipse son fundamentales como personajes tácitos de la novela! Papá Sebastián, digamos, podría asemejarse más a Santiago en El viejo y el mar, de Hemingway. Es dubitativo, comienza a quedarse solo dictando sus propias clases de matemáticas, vive ensimismado en el mundo de la ecuación einsteniana, se obsesiona con sus interminables acertijos de la física cuántica; y, al final…      

 Te me escapaste un poco sobre la sensación de urgencia, de necesidad de contar en este verano indio. ¿Por qué comenzaste a escribir la novela?

Aquel verano indio, confieso, estaba concebida al comienzo como un cuento para el desaparecido concurso de Juan Rulfo de Radio France en París; luego, el supuesto relato corto tomó ventaja, creció, jamás se independizó, se quedó viviendo conmigo y se convirtió en una ensordecedora novela que hablaba constantemente dentro de mi cabeza. Su elaboración fue un asunto de masoquismo del más puro e incurable: yo quería enfrentarme a la técnica de muñeca rusa tantas veces contemplada, apreciada, estudiada, sin orden lineal y ver si era capaz ―medianamente― de manipular la técnica sin morir en el intento.

Ahora bien… ¿Qué te parece, Carlos, si abreviamos tu pregunta para que tome tintes de diván psiquiátrico y responderla con cierto calambur? Algo así como… ¿por qué escribes…? Escribo para desenterrar y brillar remordimientos atrapados en alguna conversación; luego, la escritura y una inmensa dosis de transpiración maquillan por completo el tormento y uno termina haciendo una catarsis a la inversa; es decir, se liberan las pesadas cargas generacionales de los personajes, pero no el autor. Escribí Aquel verano indio para recordarme el niño que fui leyendo obras capaces de hacerme creer todo lo vivido por Jasón y Eliseo.

¿En qué se diferencia o se parece este libro de otras narraciones anteriores?

Por fortuna, sin pretensiones, ¡en nada! No me veo, por el momento, estirando sagas. Un libro es como un parto complicado y cuando lo terminas, en mi caso, el proceso logra dejarme una especie de vacío. No me imagino llenando de nuevo un saco para volver a vaciarlo de manera distinta. En mi caso no hay nada similar en mis novelas o cuentos. Nadie encontraría alguna similitud, por ejemplo, entre Aquel verano indio o Madrid y yo…  Bueno… Lo acabo de pensar… Tal vez sí, ¡no escribo historias lineales! Tampoco ―aunque me eduqué en Colombia― escribiría sobre el género que tanto mal nos hace a nivel mundial: ¡las narconovelas!

 

“Me gusta transmitir pasión y que los estudiantes lo sientan con mis temas expuestos, pero la velocidad que exige el método [en Francia] produce que muchos estudiantes se te queden regados en el camino”.

Jornadas nacionales del libro y del vino de Saumur

¿Qué es Madrid y yo…?

Madrid y yo… Es la historia de un joven que deseaba ser torero. Su historia de preparación y cambio de vida transcurre entre la muerte de Paquirri y la fatídica cornada de El Yiyo. Luego, cuando Miguel Madrid ya es un torero famoso, realiza una lirica corrida, Bolero de Ravel de fondo en su plaza privada, para festejar sus cuarenta años y rendirle tributo al toro sin matarlo ni herirlo. El tiempo de lectura de este fragmento ―en voz alta― tiene casi la misma duración que la obra de Ravel. El margen de diferencia puede oscilar entre los diez y quince segundos. En ese mismo pasaje de la corrida se aprecia la introspección sentimental de uno de los personajes de la novela. Madrid y yo… merece ser leída como una tregua entre todos aquellos que están contra el maltrato animal, me sumo, y los defensores de las corridas. La lirica faena es ―considero― una tregua de buenos tratos para conservar una tradición española, pero sin matar ni herir en ningún momento al toro.  

Me vas a perdonar que saque a colación una de mis novelas, Los ojos de Mitra, por cuatro coincidencias. Primera, la estructura y el viaje del protagonista, Francisco Vega, está trazada siguiendo La Eneida de Virgilio, sí, Virgilio como tu personaje; otro de los protagonistas, Ismael Álvarez, es un futbolista retirado a causa de una lesión de rodilla, como te pasó a ti, y el hecho de que los dos seamos periodistas, escritores y profesores que han escrito una novela taurina y que acabamos en la misma aula de Francia. Además de la importancia de El Yiyo en Los ojos de mitra, ¿cómo explicas todas estas coincidencias más allá del puro azar? Y en lo que a la tauromaquia se refiere. Cuando hablas de esta opción de lidia sin muerte, ¿cuál es el contraargumento de los expertos? Yo tengo alguno, pero me gustaría saber qué han podido decirte la gente del mundo taurino sobre el rechazo a la lidia sin la muerte del toro.

Las coincidencias, estoy seguro, no tienen explicación, aunque al noctámbulo esoterismo de medianoche le encante ponerle reglas y compases a la carta astral para embaucar incautos; sin embargo, creo, ¡los encuentros casuales siempre ocurren en el momento preciso! Me explico…

Son ya más de diez años en diferentes academias, con la tuya ya son cuatro, y me agrada el no verme estático en la misma sala de profesores durante mucho tiempo; algunas son agradables y con un ambiente tranquilo, pero también he conocido algunas salas de profesores, la verdad, cuyo ambiente de hostilidad y frustración parece como de película de terror; y, ¡con la música de fondo incluida!

Yo me dije, “este tipo lo conozco, lo he visto, su cara se me hace familiar…”, pero mi desembarque fue a una velocidad sin contrato ni protocolos [risas]. Luego, intentando ser receptivo con las sensaciones de la sala de profesores, tomé mi teléfono móvil e indagué en el oráculo de nuestros tiempos y ahí recordé dónde te había visto sin conocerte.

Sé muy bien que, te he escuchado, dirías: “cogí mi móvil e indagué…”. ¡Qué manera tienen los españoles de coger y cogerse con todo, Dios mío! ¡El mundo, en algunos años, tendrá más españoles que chinos y conejos! ¡Hasta los documentos de clases los “cogen”! [Se ríe].

Con ese escenario de fondo y el poco tiempo transcurrido, estimo, la pregunta es también retórica y con diversos juegos de palabras, Carlos; es decir, yo también me lo he preguntado después de nuestras conversaciones: “¡Caramba, por fin encuentro alguien con un perfil similar: periodista, escritor, hispanohablante y profesor!” Algo de mi total agrado; luego, novelas sobre tauromaquia, con El Yiyo presente. ¿La rodilla…? Aclaro algo. Ismael, por su parte, tuvo la suerte de ser jugador profesional y tener un agente de tu categoría; de este lado del río, ¡ni a eso llegué! Yo me quedé en el juego universitario. El resto de esa respuesta lo guardo para mi respectivo “vídeo reporte” [sobre Los ojos de Mitra] y con unas impresiones muy profundas de Ismael.

Lidiar un toro sin muerte según los expertos, Carlos…

Sé que en el caso de Madrid y yo… fue algo, digamos, “agraciado” para ellos por todo el decoro musical y escénico que hay en el pasaje de una lírica corrida dentro de la novela: el Bolero de Ravel es interpretado en vivo por una orquesta en las gradas de una plaza privada a la luz de unas antorchas, un personaje hace una catarsis sentimental y el protagonista, Miguel Madrid, ejecuta una corrida para venerar al toro sin puyas ni banderillas.

Tu faceta de escritor no debe ocultar el ejercicio que has realizado del periodismo. ¿De qué manera lo has ejercido y cómo ha contribuido a tu faceta de escritor? Y viceversa

 Aquí, me encantaría, que viniera Virgilio para responderte; pero… ni modo… ¡me figuró a mí! El periodismo, en mi caso, es un asunto genético que la ruleta del destino dejó “en tareas pendientes” con doña Tita, mi mamá. Ella quería ser periodista y todo estaba dado para que lo fuera con un retorno; es decir, ella se lo manifestó a mi abuelo y él le dijo que lo haría, pero poniendo de nuevo la sangre en casa: España. Todo estaba dado para su plan de vida; luego, la ruleta de su destinó giró de manera inesperada y, aseguran, por un buitre negro que murió en la puerta de la casa de mis abuelos; además, agregan, aquella ave portadora de malos presagios había sido enviada por Ana Eva.

Siempre, sin haber conocido, en mis primeros años, la historia de ella, mi mamá, me sentí atraído desde muy pequeño por la reportería, los relatos y las formas apropiadas para las historias noticiosas, las crónicas… entre otros, aunque yo quería ser como un Paolo Maldini, un Simeone, un Andrés Escobar… pero… ¡mi ruleta también giró como camino de leche dentro de mi rodilla! Me hice periodista en Medellín para cobrarle esa deuda al destino materno y llegué a París para condonar el lastre de todo mi manifiesto genético. Te aclaro algo sobre mi mamá, Carlos… ¡ella nunca me pidió que me hiciera periodista y tampoco me lo sugirió!  

Portada Aquel Verano Indio

“Escribí Aquel verano indio para recordarme el niño que fui leyendo obras capaces de hacerme creer todo lo vivido por Jasón y Eliseo”.

En París, lo tenía muy presente, quería comenzar a escribir. Allí exorcicé mi timidez y comencé. Era la época de los correos electrónicos y desde los desaparecidos cibercafés enviaba mis intenciones de ser columnista o cronista de algún medio. Las respuestas siempre eran, en diferentes formas, la misma pregunta retórica y tácita… “¿Qué tienes?” Abarca tantos aspectos esa corta pregunta… “Muchas ganas”, me respondía ante la famélica diversidad de la constante pregunta con diferentes sinónimos; además, la latente miopía que tienen muchos directores de algunos medios en Suramérica y sus hinchados egos. Me encantó cuando, por asuntos de la pandemia, aterricé en televisión y conocí un director al cual le faltan un poco más de diez tornillos en el disco duro, pero me dio vía libre en todas mis propuestas y terminamos haciendo contenidos que fueron del agrado de todo el público.

Retomando… Yo consideraba indispensable tener una vitrina, una tribuna, antes de publicar mi primera novela; sin embargo, todo fue, al contrario. Con mi segunda novela la editorial me dio una tribuna en el periódico que, en aquella época, era de ellos en Colombia. El periodismo, para mí, es la ingeniería de la novela. Mi profesión funge como brújula sagrada, sobre la hoja en blanco, cuando me creo esa desmesurada falacia personal de verme como “escritor”. 


Mi carrera profesional es el diario entrenamiento del maratonista, un nido imprescindible para mis obras. 

En redes sociales uno se puede encontrar tus Hojas de Velocidad. ¿Qué son, de dónde el nombre y qué cuentas en ellas? 

Hoja de velocidad… Cuando yo era columnista del periódico EL TIEMPO, Colombia, utilizaba mucho la desaparecida red social del gorrión azul. Hoy red social de la cruz de San Andrés: asunto para conocedores [risas]; en fin…

En los pagos del gorrión azul, en esa época, había un limitante de caracteres y para hacerle la “trampa” al pajarito, entonces, yo escribía un análisis o comentario en Paint y luego la subía a Twitter como una imagen. El asunto, para mí, era cómo hacer que los análisis fueran llamativos cuando se tiene presente la impresionante velocidad de las publicaciones en esa red; pues bien, precisamente cuando pensé en velocidad me dije que podría llamarse Hoja de velocidad. Utilizaba la etiqueta solo para ciertos análisis u opiniones que merecieran más de ciento cuarenta caracteres y funcionó. Creo que ese era el número permitido…

Cuando pasé a la televisión decidí retomar el nombre para mis videocolumnas. Hoja de velocidad, lo he dicho y lo sostengo, es para todo aquel que la necesite. Todos los temas de este valle de lágrimas tienen cabida en ese formato de opinión: deportes, personajes, temáticas sociales, denuncias, libros, autores; incluso, Hoja de velocidad ha tenido puestas teatrales para complementar análisis literarios y, como si fuera poco, ¡también he salido maquillado de payaso! Nuestra realidad es un circo completo y se merece un bufón ramplón como yo… [Risas de nuevo].

A nivel mediático, sé que has seguido con mucho interés la aparición de la novela inédita de Gabriel García Márquez. No quiero comprometerte con preguntas sobre su génesis, descubrimiento y publicación. Quiero que me digas si la novela te ha gustado y por qué.

Me encantó, de alguna forma, ser o verme como pregonero de toda esa gestación hace ya un año. Me sentí, aún lo vivo así porque este asunto sigue dando de qué hablar, como Pablo de Tarso escarbando testimonios sobre Jesús cuando yo entrevistaba a las personas que conocieron a Gabo y compartieron con él; no obstante, te lo confieso, aún no me ha llegado el ejemplar. No puedo opinar sobre esa pregunta, Carlos. Algo que sí te quisiera manifestar… ¡Espero que la novela esté, cuando me llegue y la lea, al mismo nivel de todo lo que viví como cronista de semejante y largo parto! Siempre estaré muy agradecido con Dasso Saldívar y Gustavo Arango por haberme hecho participe de esa historia y del mundo que ellos movieron para que En agosto nos vemos llegara a las librerías.

García Márquez es una figura imprescindible de la literatura mundial entre otros motivos por su aportación al o del realismo mágico. ¿Quiénes crees que actualmente a nivel literario están aportando novedades que merecen ser descubiertas?

Somos un continente de un “realismo” demasiado crudo, inhumano, violento, sucio, vil, macabro, corrupto, déspota; un realismo contaminado de bufones con ínfulas dictatoriales. Somos el patético circo del mundo con payasos de todos los colores y pelambres vociferando estupideces desde los atrios presidenciales; luego, estimo, nuestro rotulo “mágico” no es más que una tabla de liberación, catarsis y escape ante semejante locura reinante para no perder un ápice de cordura o paciencia. Eso es, para mí, una de las tantas definiciones que te podría ofrecer del realismo mágico actual.

Ahora bien, Carlos… Con esa clase de limacos volando de pistilo en pistilo para perpetuarse en el poder, entonces, Suramérica requiere de escritores con alerones de plomo capaces de aterrizar y desmantelar esas demencias con parábolas y textos de pulcra “plata blanca”. Son muchos para citar; pero, caso Colombia… Esteban Costaín es un historiador del carajo. Su capacidad para enhebrar el pasado con el presente e hipótesis de algunos futuros, te aseguro, vale la pena leer y analizar. Héctor Abad, aunque ya goza de un buen nombre, te lleva de lo micro a lo macro para dibujarte un efecto del vuelo de la mariposa desde lo personal y lo social; además, un carácter sin dubitaciones: ¡fue capaz de publicar sus diarios íntimos! Juan Miguel Álvarez el mejor cronista actual en Colombia, capaz de describirte el lodo nacional desde abajo con la precisión de un pez arquero. William Ospina, escritor de un pulcro estilo.  

¿Por dónde te llevan tus proyectos futuros?

Por aquellos personajes bíblicos con roles muy puntuales en algunos evangelios; sin embargo, ¡sin ningún diálogo! No se les conoce palabra alguna… Bueno… ¡Algo que se decidió en el concilio de Nicea!

Por último, para cerrar un bucle. Estamos compartiendo aulas en Francia. Me gustaría que me dijeras cuál crees que es el rol de un profesor de español en un instituto francés y si estamos llevando a buen término la labor que no has encomendado.

Tú o cualquiera puede llevar esa labor a buen puerto si tus intenciones no van en contra del método y esquema cartesiano trazado por la educación en Francia; ahora bien, ¿es correcto, es viable, es anacrónico ese método? Para mí… ¡está atiborrado de tareas sobrantes y al mismo tiempo lo encuentro encantador en algunos aspectos! Me gusta transmitir pasión y que los estudiantes lo sientan con mis temas expuestos, pero la velocidad que exige el método produce que muchos estudiantes se te queden regados en el camino. ¡Eso no me agrada!

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