Wakanda por siempre

Cuando era pequeño, en el lugar donde crecí, no había muchos negros. Era el tipo de ciudad donde sacábamos el betún cuando tocaba celebrar la cabalgata de los reyes magos. Esa edad, yo no sé los años que tenía la primera vez que me llevaron a ver uno de esos desfiles pero era un canijo, es el momento perfecto para inclinar a un niño hacia uno u otro camino: el de la tolerancia o el contrario. En todo caso, un niño conserva durante un tiempo un tipo de inteligencia especial con la que detecta las incoherencias que se incrustan bien en la cabeza de los adultos a base de ideología y adoctrinamiento. En fin, a mí lo del Baltasar pintado me quitó las ganas de ir a más cabalgatas, y para cuando llegaron Benjamín Zarandona y otros excelentes jugadores negros del Fórum Filatélico a hacer de rey, ya fue demasiado tarde para mí.

Quiero decir que a mí lo del Baltasar pintado me rechinó bastante, no me gustó, no tenía mayor relevancia pero había algo turbio; lo que realmente quiero decir, yéndome un poco más lejos, es que el racismo se aprende, el racismo se enseña y el racismo se instala con mensajes malsanos pero también con pequeños gestos aparentemente inocuos o ligeros que insisten en las diferencias. Yo he tenido la suerte de crecer en una familia donde me enseñaron la tolerancia, por eso siempre me ha parecido incomprensible la sutil suspicacia, por no decir desconfianza, con la que cierta gente (y cierta gente a veces era yo) miraba a un hombre negro con el que se cruzaba por una calle solitaria de noche. Si apenas habíamos visto negros, si apenas teníamos trato con ellos y en mi familia me habían enseñado las cosas como corresponden, ¿de dónde venía ese estúpido reflejo?

No fue sino años después cuando pude por mí mismo obtener mi respuesta: horas y horas de films y series donde el negro y el latino eran el delincuente, el narco, el salvaje, el pobre miserable con los labios pegados a una pipa de crack, salvo honrosas circunstancias, habían terminado por crear ese reflejo, por convertir el estereotipo en posibilidad estadística y por tanto en un peligro. Ha habido épocas para todos: los árabes y los rusos han tenido lo suyo también, y lo de la imagen del español en las películas de Hollywood lo dejamos para otro día.

Yo no conozco demasiado de Chadwick Boseman. No sé apenas nada de su vida y la última película de Black Panther no me gustó especialmente, pero hoy cuando me he levantado y he leído un titular de Univisión donde decía que había muerto de cáncer a los 43 años, el mundo se detuvo un segundo y todo fue sorpresa. En ese primer segundo la sensación de que algo realmente grave había pasado tuvo tiempo de instalarse en mi cuerpo. Primero me sorprendí, como cuando uno comenta de alguien difunto: «¡si ayer estaba tomándome algo con él!» Luego me dije: «No sabía que estaba enfermo», y me sentí orgulloso de él porque al parecer había rodado sus últimas películas mientras se sometía a la quimioterapia. Después pensé: era muy joven, solo cinco años más que yo. Ahí es donde pensé una vez más, y siento que el mensaje no sea muy original, que quizá debiéramos dejar de gastar dinero en construir muros y asesinarnos por la tonalidad de nuestra piel, nuestra religión o nuestra nacionalidad, y empezar a pensar en gastar juntos más billetes para darle una paliza al cáncer y al covid, que deben ser daltónicos porque no tienen pinta de ser racistas y se nos llevan a todos los humanos por delante cuando tienen ocasión.

No era especialmente seguidor de este actor, como digo, pero un enorme sentimiento de injusticia se me sentó al lado durante el desayuno. Pertenezco a la generación que se ha pasado dos décadas esperando a ver a Wesley Snipes vestido de Black Panther, o Pantera Negra (está claro que a nivel moral no habría sido el mejor candidato ni el mejor ejemplo para los niños, así que no ha estado mal esperar un poco más y darle el turno a Boseman); soy de aquéllos que no han esperado a la fase 3 de Marvel para jugar a ser Black Panther o Capitán América.

Por resumir, tenía varias razones para que la noticia me hiciera sentirme triste: se ha muerto una persona, se ha muerto alguien con toda la vida por delante y se ha muerto un símbolo. Un símbolo para mí, que crecí como mis hermanos admirando la elegancia y la belleza de este personaje y de su mundo, envidiando su agilidad y codiciando su armadura; lo que es más importante, un símbolo para la gente negra, pues a nadie se le escapa el mensaje político y social que lanza al mundo los 3 Oscar de una película como Black Panther. No nos volvamos locos; nada más oportunista que Hollywood, que crea y difunde sus clichés de negros y latinos y luego se resarce con momentazos oportunistas y Oscars honoríficos, pero cuánto más prefiero un film que me muestra que África es rica en recursos y en gente valiente a aquéllos donde el negro era un delincuente de cuatro duros (además de dejar claro que sin los recursos de África el hombre occidental no puede fabricar ni el escudo del Capitán América ni los teléfonos móviles de medio mundo).

Ahora, si me preguntan qué mundo prefiero, el mundo en que ha nacido y muerto este Black Panther, o el de la cabalgata de mi infancia, me gusta pensar que hemos avanzado un poco. Estamos inmersos en un avalancha de protestas contra la violencia hacia las personas de raza negra, en un lucha que no ha terminado y quizá no terminará nunca, pero yo me digo que hay de qué estar contentos de ver que la imagen de la gente negra en el mundo que percibimos a través de las pantallas es más la de Mbappé, Mandela, Boseman y Obama que la de Snoop Dog, 50 Cents o el de los clichés baratos que nos han arrojado a la cara durante años. Por supuesto que no hay nada ganado en la lucha contra los clichés en el cine pero estoy orgulloso de ver que al menos hoy el eslogan «Wakanda Forever» compite con el bochornoso «Plata o Plomo».

Cuando era pequeño, júgabamos a ser Black Panther. Me acuerdo bien. Aún hoy, mi hermano mayor y yo sacamos nuestras cartas y nos imaginamos que somos el rey de Wakanda y Peter Parker y nos la suda que sea blanco o negro. Hoy el extranjero soy yo, e igual son los demás que desconfían cuando hablo con mi acento raro. Mi vecino es antillés, mis compañeros de trabajo son marroquíes, franceses, españoles, rumanos, alemanes, argelinos, italianos o japoneses. Mis alumnos son chinos, negros y blancos y eso me hace pensar que Wakanda por siempre es mucho más que un grito de orgullo racial bien estiloso. Wakanda por siempre es un mensaje de esperanza. Wakanda por siempre es el mundo donde he elegido vivir. Chadwick Boseman, descansa en paz para siempre.

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